El casco antiguo es una excelente carta de presentación, con pintorescas plazas y una floreciente colección de cafeterías que invitan a sentarse y contemplar el panorama. Hay muchos templos bien conservados, como la iglesia de San Andrés y San Pedro el Viejo, cercana al mercado, con partes que datan del siglo V. Las paredes están decoradas con frescos antiguos y las galerías locales a menudo celebran exposiciones en este espacio.
En los veranos del Mediterráneo la cena es una cita imprescindible: los restaurantes colocan mesas al aire libre y ofrecen menús que suelen estar protagonizados por mariscos a la parrilla, ensaladas y platos de pasta. En Zadar se puede ir casi a cualquier parte a pie, y muchos restaurantes ofrecen vistas al Adriático.
La pequeña población estudiantil mantiene abiertos hasta tarde los bares locales, la mayoría en el casco antiguo.
Es casi imposible visitar Zadar y no pasar tiempo en el agua. El aroma de los pinos conduce a playas desiertas, y los barcos de vela navegan entre las pequeñas islas de la región antes de echar el ancla frente a los konobas, restaurantes tradicionales de la costa donde la cena se prepara al momento para cada comensal. El interior es igual de espectacular: entre la costa y las cadenas montañosas de Zadar hay tres parques nacionales, todos ellos llenos de senderos de montaña, rutas para recorrer en bicicleta y lagos de agua salada para darse un chapuzón.
Zadar tiene algo para todo tipo de viajero, tanto si buscas alejarte de las multitudes como si quieres vivir una aventura al aire libre.
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