Si te gustan los paisajes espectaculares, pon rumbo a la cordillera del Cáucaso, que te espera con sus pronunciadas cumbres y sus hondos valles. Dirígete a Svanetia para ver antiguas torres de vigilancia que se alzan a través de la niebla, montando guardia en un entorno que, sin duda, vale la pena proteger. En Kazbegi encontrarás una iglesia en la cima de una colina, enmarcada por el monte Kazbek que se alza en la lejanía. Cerca de allí está también el desfiladero de Dariali, que atraviesa las montañas con gran espectacularidad.
Batumi es un contraste radical. En esta ciudad costera apodada “Las Vegas del Mar Negro” podrás vivir aventuras divertidas iluminadas por luces de neón. Los jardines botánicos se extienden a lo largo de los acantilados y el paseo marítimo se llena de puestos de mercadillo, carritos que sirven café y la dosis justa de caos.
Si los paisajes impresionantes o las luces deslumbrantes no te bastan, quizá te apetecerá probar una cata de vinos. En Georgia, el vino no es solo una bebida, es una celebración constante. En Kajetia, la elaboración del vino es prácticamente un pasatiempo nacional, con tradiciones tan profundas como los “qvevris” de arcilla que se usan para fermentarlo. Cada trago es un brindis por el pasado y la comida en la mesa tampoco se anda con rodeos. Deleita el paladar con los jinkali, que son bolas de masa hervidas (¿podrás comértelos sin mancharte?), mientras que el típico jachapuri (pan horneado con mucho queso fundido) satisfará tu apetito a cualquier hora del día.
Hermosos paisajes, atracciones sin aglomeraciones de turistas y una buena excusa para comer queso fundido: esas son solo tres de los miles de razones por las que nos encanta viajar.